Nuestro
primer viaje a estas tierras fue realizado en el año 2001, siendo uno de los
primeros con nuestra VW california.
Animada
por otros campistas, escribí su relato en la página web de solocamping.com,
creada por unos aficionados a esta forma de viajar, entonces pocos, pero dicha
página desapareció llevándoselo consigo.
Este
relato tendría de significativo que sería el primero de todos los que iría
escribiendo a lo largo de estos 21 años. Pero conservaba difumado en mi memoria
el recuerdo remoto de si lo llegué o no a publicar en alguna revista para
rescatarlo y fue Angel, que lo guarda todo, quien lo encontró. Una joya para mi
que he transcrito textualmente. Otros relatos, como Andalucía, Holanda o Grecia, se han perdido.
Así que
ahora, cuando 21 años después regresamos por estas tierras con nuestra cuarta
autocaravana, pretendo relatar nuestra incursión actual añadiendo la visión de la que hicimos entonces. Bueno, para ser exacta, lo haré respetando el
orden cronológico e ire del 2001 al año actual.
Me permitiré
viajar en el tiempo yendo y viniendo del pasado al presente en un extraño viaje
en el tiempo, y también de lugares ya que el orden en que visité entonces los
pueblos de esta comarca, no fue el mismo que he seguido ahora. He elegido como
anclaje los lugares y paisajes del relato del 2001 que una vez fijados, me han
permitido viajar tratando de ordenar esta cierta sensación de caos que puede
producir este extraño viaje donde me muevo en el tiempo y en el espacio.
Esta
comarca del norte de la provincia de Cáceres, ahora más conocida, hace 21 años
lo era menos así que la revista que lo publicó, “El Camping y su mundo” en su
número 203 de enero de 2006, hizo una pequeña introducción que no fue obra mía,
pero que transcribiré por considerarla de interés
“Al norte de la provincia de Cáceres y lindando con Salamanca se encuentra la comarca de Las Hurdes, entre la Sierra de Gata y el río Alagón. Una tierra que permaneció en el anonimato durante casi todo el siglo XX, discriminada y marginada, como se puede ver en el documental “Tierra sin pan” de Buñuel,
(https://www.youtube.com/watch?v=qO86FO1bs6g)
que empieza a despertar la curiosidad
hoy día de muchos turistas, que han descubierto la gastronomía, las rutas
naturales en las que se puede disfrutar de muchas piscinas naturales y muestras
de artesanía regional. Este es el relato de una ruta desde Boadilla del Monte
(Madrid) a borde de una VW Callifornia y recorriendo pequeñas localidades de la
frontera entre Castilla y Leon y Extremadura y que sigue por los pueblos
hurdanos”.
Cuando
iniciamos nuestra andadura en este mundillo, nuestros hijos tenían 13 y 10
años. Para nosotros, aquella pequeña VW california de segunda mano, casi recién
adquirida, sin baño y sin calefacción, en la que viajaríamos durante cuatro
años por España y desde Grecia hasta
Reino Unido y Escocia, sería todo un palacio.
2001. EL PRINCIPIO, CASI DE TODO. EL MEANDRO DEL RÍO ALAGÓN.
Dejamos Madrid y tras recorrer los
kilómetros que nos separaban del punto de inicio de nuestra pequeña ruta,
comenzamos nuestro recorrido en Riomalo
de Abajo, frontera entre Castilla y Leon y Extremadura, y nada más
cruzar el río, una pista forestal que sale a la izquierda de la carretera y que
deja el río también a la izquierda, asciende hacia un mirador desde el que se
contempla uno de los meandros más hermosos de la geografía española: el que
forma el río Alagón.
En el 2022
Después
de un mes de febrero sin llover y con una grave sequía, llevamos casi todo el
mes de marzo sin parar hacerlo. Pero justo el miércoles se abría una ventana de
buen tiempo de varios días que duraría hasta el domingo así que no lo pensamos
más y nos preparamos para salir el mismo martes aunque lloviera. Si lo hacía no
importaba si estábamos viajando. Nos escocía el precio al que se había puesto
el gasóleo, casi 2 euros. El Gobierno había anunciado una rebaja en los
combustibles a partir del viernes por lo que íbamos echando de poco en poco a
ver si aguantábamos pero teníamos que tener en cuenta que la calefacción por
debajo de un ¼ de depósito no funcionaba así que nos vimos obligados a rellenar
por segunda vez el depósito hasta la mitad en Pinofranqueado y con esto
aguantaríamos hasta la esperada rebaja que se produciría en pocos días.
Dedicamos
casi cinco horas a recorrer los 300 km que nos separaban de esta comarca pero
es que lo tomamos con mucha, mucha tranquilidad. Paramos a repostar en dos
gasolineras y también comimos y descansamos así que hasta las 17 o 17,30 no
llegamos a nuestro destino programado, Caminomorisco, junto al cuartel de la
Guardia Civil y un instituto (40.324245, -6.293424). La lluvia solo nos
acompañó en el tramo final de nuestro camino, a unos 40 km de Plasencia.
El sitio
elegido era plano y estaba en un alto. Dimos una vuelta caminando por esta
localidad con poco interés y nos dispusimos a esperar la noche que comenzaría a
llegar alrededor de las 21 horas.
En cuanto
a regresar para subir al meandro del Melero del que conservo aún imágenes
claras pese a los años transcurridos, y
aunque barajé esta posibilidad, conocer que la pista que llevaba a él era
bastante estrecha y podríamos tener dificultades si nos encontrábamos con otro
vehículo, me disuadió. La autocaravana que tenemos ahora no tiene nada que ver
con el tamaño de la entonces VW california que cabía por cualquier sitio.
Ahora, si bien he ganado en comodidad, lo he perdido en movilidad. Todo, no lo
podemos tener.
EL VALLE DEL LADRILLAR. 2001
Aunque no eran horas muy apropiadas (las
18,30) decidimos adentrarnos de lleno en el primer valle de esta comarca
hurdana, el Valle del Ladrillar. Pasamos por las mestas, donde vendían miel y
polen en puestos en la calle. Continuamos ascendiendo por una retorcida
carretera, dejando atrás Cabeza hasta Ladrillar, donde paramos para
estirar las piernas. Al final del pueblo, hacia abajo, aparece el barrio
antiguo, que conserva casas con la arquitectura típica hurdana, hechas
totalmente de pizarra, piedra sobre piedra, con tejado también de pizarra. Al
margen de su color pardo muy oscuro (por lo que se llama “arquitectura negra”)
nos sorprendió algo más: el tamaño. Las fachadas no deben medir más de tres
metros. A veces, entre puerta y puerta sólo hay una distancia de dos metros,
como máximo. Son auténticas cajas de cerillas y observamos que casi todo estaba
en venta. Fue nuestro primer contacto con la parte humana de la zona y
comenzamos a tomar conciencia de la pobreza de esta comarca y de las
condiciones extremas en que han sobrevivido
hasta hace no mucho tiempo.
Las calles de estos pueblos o alquerías
son tan estrechas y empinadas que no permiten el paso de vehículos.
Paseando por estas solitarias
callejuelas, reino de tranquilidad y silencio, y oliendo a leña quemada, es
fácil transportarse al pasado.
En el 2022
Riomalo de Arriba 2001
Continuamos hasta Riomalo de arriba. Al
llegar aquí la carretera se abre y continúa a la izquierda por un camino rural
asfaltado y a la derecha por una pista forestal donde decidimos parar junto a
dos vehículos más. Desde aquí se puede contemplar la arquitectura típica de la
zona de viejas casas de pizarra en un grupo amplio que asciende por la ladera.
Existía en esta vista un mágico
contraste: los colores verdes intensos de una primavera en su plenitud, el
sonido solitario del agua cristalina que discurría al borde de la alquería, las
huertas primorosamente cuidadas y que daban cuenta de algún que otro vecino y,
por otro lado, la piedra oscura, casi negra, de las casas agrupadas unas junto
a otras fundiéndose con el paisaje, abandonadas unas, derruidas otras. El
silencio, pese a que había gente, sobrecogía: ni una vez más alta que otra.
Paseamos por sus calles y tratamos de
identificar las casas habitadas por su aspecto exterior y por el humo de sus
chimeneas y comenzamos a pensar en pasar la noche allí, ya que estaba a las
afueras y a unos 100 metros de viviendas habitadas, en un lugar bonito y
tranquilo. Nos movimos por la pista un poco hacia adelante para cobijarnos
detrás de una curva en la que había una pareja de ancianos trabajando para
abrir la acequia cegada durante el invierno. En lo que duró nuestro paseo
(menos de 30 minutos), por aquella acequia corría un agua cristalina destinada
a regar sus cebollas recién plantadas. Les preguntamos si había algún problema
para pasar allí la noche y nos dijeron que no, ofreciéndonos una casa con “luz
y agua, por si quieren darse una ducha”, ofrecimiento que rechazamos expresando
nuestro agradecimiento. Así, con una temperatura exterior de unos 5ºC, nos
dispusimos a pasar una noche que preveíamos fría.
Riomalo de arriba en
el 2022
Tras
pernoctar por segunda noche en Vegas de
Coria (40.383567, -6-182233) junto al río y una zona de recreo en un sitio
plano y tranquilo, desayunamos y lo primero que hicimos fue ir a la gasolinera.
Hoy, 1 de abril, comenzaba la rebaja de 20 céntimos por litro anunciada por el
Gobierno así que hemos vuelto a pagar el gasoil a 1,60 más o menos, y por
supuesto, hemos llenado el depósito.
Tras escuchar
las quejas del gasolinero, hemos puesto rumbo a
Ladrillar y Riomalo de Arriba.
La
carretera asciende entre bosques de pinos y va ganando altura dejando abajo el
valle. Las vistas son hermosas. Esta zona es una belleza, ya me lo pareció la primera
vez que estuvimos aquí y esto, afortunadamente, no ha cambiado.
Seguimos
ascendiendo hasta llegar a Riomalo de
Arriba. Aparcamos en la misma carretera. Aquí vemos unos grupos de
viviendas de pizarra y alguna que otra nueva. Es un lugar más “autentico” al
estar más aislado. Caminando nos dirigimos a identificar donde dormimos 20 años
atrás, a la salida del pueblo en un camino. Y el sitio estaba igual aunque
habían mejorado la zona del rio represándolo y haciendo un merendero.
Tras esta
melancólica visita al pasado, inmediatamente trepamos por sus calles, y lo de
trepar, es textual porque lo hicimos a través de una calle muy estrecha con una
pendiente muy pronunciada. Es curioso que ahora me impresione esta cuesta mucho
más que hace 20 años. Bueno más que “curioso”,
el calificativo sería “razonable”. Seguro que un mal paso arriba, nos pondría
rodando en la carretera.
2001. LAS SIERRAS ORIENTALES
Retomo el relato del 2001 en la noche
pasada en Riomalo de Arriba.
A las cuatro de la mañana nos
despertamos para ponernos una sudadero encima del pijama y echarnos una manta
más. A los niños, embutidos en sus sacos, sólo se les veía la nariz, y , dado
que sus sacos eran mejores que los nuestros, no pasaron, según ellos, nada de
frío. A las nueve de la mañana, con un sol espléndido, la temperatura exterior era
de 0ºC y la interior de 4,5ºC (debía haber un grado en cada esquina). Al quitar
los oscurecedores vimos hiero en el parabrisas, pero ya había gente trabajando
en sus huertas.
Marchamos ascendiendo por el camino
rural asfaltado, estrecho y en mal estado en algunos tramos, hacia Casares de las Hurdes, balcón
hacia otro valle, parando en el puerto de Casares, desde el que se divisaban
ambos valles. Compramos pan y unas
magdalenas que devoramos mientras paseábamos. Lo que más nos llamó la atención
(aparte de una placa en una casa “propiedad de Dª Odulia Canuto”,
“conmemorativa” de la visita que los Reyes de España hicieron a esta en 1998)
fue un antiguo campanario que constaba simplemente de unas escaleras y dos
campanas. Al parecer, se utilizaba para llamar a los vecinos a reunión.
Nos dirigimos hacia Nuñomoral para coger
la carretera que lleva a Cerezal, Martilandrán, La Fragosa y El Gasco por una
sinuosa carretera. Merece la pena pasear por estos dos últimos pueblos o
alquerías para disfrutar de su arquitectura y recomiendo, como en casi todos,
pero sobre todo por un detalle, al menos, curioso: todas las ancianas que
pudimos ver (unas cuatro o cinco, de edades superiores a los 70 años) vestían
de la misma forma: pañuelo anudado a la forma asturiana, jersey y una falda con
amplios frunces, ancha por debajo de la rodilla. Esta falda monocolor dejaba
ver un trozo de pantorrilla, al aire, luego aparecía un calcetín corto y
zapatillas o playeras. En la placita en Fragosa, un caballo percherón estaba
siendo preparado para ir al campo,
colocándose aperos de labranza diversos.
Hay que comentar que las “caballerías”
como llama la gente del campo a los burros, mulas y caballos de trabajo,
desaparecidos ya en muchas zonas, es una vista muy habitual por estos lugares.
Andan por caminos, trochas y carreteras cargados con herramientas para trabajar
en el campo, serones o albardas. No llegamos a ver ni un solo tractor u otra
máquina de trabajar el campo. El tipo de terreno no lo permite. Otros animales
domésticos eran las cabras, que, en pequeños rebaños de seis u ocho, pastaban
con sus dueños por el monte. En la parte antigua de los pueblos o alquerías,
las cuadras para las “caballerías” o para las cabras se alternan con las
viviendas. Aparte de las gallinas, no llegamos a ver otro tipo de animales
domésticos como cerdos o vacas. Todo esto nos hizo pensar en que era una zona
extremadamente dura para vivir, como hemos visto pocas, donde sus gentes han arrancado pequeños trozos de
terreno a las laderas de las montañas para cultivar cerezos, olivos o castaños,
y donde pequeñas vegas con poca pendiente y cercanas a los ríos se reparten
entre sus habitantes en pequeños trozos, conformando “a vista de pájaro” una
especie de tablero de ajedrez, donde cada cuadradito está cultivado con algún
hortaliza distinta a la del otro.
En el 2022. Grandes
cambios
Y en
estos veinte años han desaparecido los animales de trabajo que entonces sí
vimos. Ahora no llegamos a ver ninguno. Pero para ser más exacta, en el Gasco
nos acompañó en parte de nuestro recorrido el peculiar olor a oveja o cabra y
asomándonos a una vieja cuadra pudimos ver un par de burros. En cuanto al
cultivo en vegas, también casi extinguido. Si entonces nos llamó la atención
que cada trozo de terreno estaba aprovechado, ahora solo algunos. De las
señoras que entonces encontramos vestidas de la manera peculiar descrita…ninguna.
Así el tiempo ha ido borrando del lugar casi todas las imágenes “culturales”
que entonces encontramos. Y aquí es cuando siento esa ambivalencia extraña: el
progreso ha mejorado la vida de sus gentes, y eso me alegra, pero se ha llevado un paisaje cultural muy
valioso, aunque algo anclado en el pasado, y eso, me entristece. Y aparece la
reflexión: ¿es posible la convivencia de ambas partes?. Yo creo, sinceramente,
que no.
El Gasco en el 2001
Pasamos de largo por Martinlandrán y
Fragosa, donde preguntamos para ir hacia El Gasco. Habíamos leído que aquí se
encuentra la cascada más espectacular de las Hurdes. Normalmente, las
respuestas de los lugareños a nuestras preguntas no se limitaban sólo a lo
preguntado, y aprovechaban para “matar un poco el tiempo” contando alguna que
otra historia.
Afortunadamente en todos estos pue3blos
o alquerías, antes de adentrarte por sus calles estrechas, aparece una especie
de plazuela donde se puede aparcar y dar la vuelta, como en El Gasgo, donde
comenzamos nuestro recorrido a pie hasta el Chorro de la Miancera. El
camino está bien señalizado y comienza con un precioso paseo perfectamente
arreglado que transcurre a lo largo del río Miacera, dejándolo a la izquierda,
junto con varias huertecillas labradas. Se debió de acabar el dinero, porque
enseguida se acaba este camino y se convierte en una vereda llena de cascajos
(trozos y más trozos de pizarra) para internarse luego en la garganta y
comenzar a ascender, teniendo que cruzar varias veces el río (saltando de
piedra en piedra). Hay poco más de un kilómetro, se tarda unos 30 minutos y la
última parte es quizás la más dura, al ascender por una pronunciada pendiente,
pero merece la pena: es un salto de agua de unos 50 metros o más de altura y
hay muy poca gente. La verdad es que la
belleza de un lugara aumenta cuando se contempla sin gente alrededor.
El Gasco en el 2022
En una de ellas había una tiendica y compramos miel. Aun saboreábamos la que hace 21 años compramos en Aceitunilla. Antes habíamos intentado comprarla a algún vecino que la vendiera, pero parece que ya se han agrupado en cooperativa y nadie la vende por su cuenta. Nos preguntaron si íbamos a ir al chorro de la Meancera y pudimos ver una senda empedrada muy bien trazada que circulaba paralela al rio pero el tiempo amenazaba lluvia. Un pastor nos comentó que no iba a llover hasta las 15 horas, pero desconfiamos.
Nos
dejamos perder por sus callejuelas donde comenzamos a disfrutar de la típica vivienda hurdana de paredes y techos
de pizarra con esa característica forma en la que únicamente la casa tiene un ángulo recto terminando
luego de forma redondeada. Pequeñas, muy pequeñas. Unas tras otra y aún en pie
alineándose formando estrechas calles con una belleza muy singular. Sin
habitar. Abandonadas. Solo en algunas que han rehabilitado vemos señoras
ancianas.
EL VALLE DE LOS TEJOS.2001
Aceitunilla 2001
Bajamos hacia El Cerezal, donde habíamos leído que, al pie de una presa, está el valle de los tejos, con gigantescas madroñeras y viejos ejemplares de tejos. Como no lo encontramos, preguntamos y nos dijeron que no estaba indicado, que había que seguir un camino que partía de la presa y que era una auténtica selva. Como no sabíamos si lo íbamos a encontrar ni lo que podíamos tardar en ello, y, siendo ya la hora de comer, decidimos acercarnos a Aceitunilla, pueblo lleno de curiosas casas redondas (al llegar a las esquinas, las redondean, en vez de hacerla angulosa).
Fotografía tomada en el 2001 |
Fotografía tomada en el 2022.(para quien no crea en las casualidades) |
Como los estómagos “rugían”, abandonamos su animada charla y compañía y comimos junto a un viejo molino de aceitunas, cerrado en la actualidad.
Aceitunilla en el 2022
De nuevo
trepamos por sus callejuelas, algunas con el suelo cubierto por una tupida
alfombra de musgo lo que indicaba que hacía mucho tiempo que nadie pasaba por
allí. Al igual que en El Gasco nos dejamos perder por estas callejuelas,
absorbimos su arquitectura, nos dejamos atrapar por su embrujo, su serenidad y
nos estremecimos por su dureza. Más viviendas abandonadas, con sus puertas de madera, sus ventanucos,
sus paredes y techo de pizarra, atrapadas en el tiempo, vacías, esperando a sus
habitantes pero aun erguidas sostenidas por un hilo a la vida. Entre ellas
aparecen casitas reconstruidas.
Ya abajo
hablamos con otra señora que nos aportó una información muy valiosa: la primera
como poder echar agua en una fuente que parecía rota, y la segunda, donde
comprar miel barata y buena, en Nuñomoral. Y
resalto una vez más, al igual que años atrás, el carácter extrovertido,
comunicativo y sencillo de estas gentes. Cada vez me gusta más hablar con
ellas.
2001
Bajamos a Caminomorisco, a la única gasolinera de la zona. Su
propietario tenía el mismo carácter afable, extrovertido y comunicativo de la
zona. Nos contó mil historias a mi mirado mientras nos llenaba el depósito, y
al terminar, tenía una hermosa cola detrás, pero aquí el tiempo pasa despacio y
su importancia es relativa.
De camino a otro valle hurdano nos sorprendió ver minúsculos trozos de
tierra cultivados en una curva de la carretera, aprovechando el agua del río y
la poca pendiente del terreno. Debe existir algo en estas gentes y en su forma
de vivir en permanente y estrecho abrazo con la naturaleza, que explique el que
sigan robando trozos de tierra para cultivarla, cuando la mayoría de las vegas
fértiles de otras regiones de nuestra geografía están abandonadas.
Entramos en otro valle hurdano, dejamos atrás Castillo y nos dirigimos a
Erías, pueblo peculiar a cuya
parte vieja se accede a través de un arco parecido a los de las murallas, y
terminamos en Aldehuela, que merece una breve visita: se accede por un
entramado de calles muy estrechas con tapias de pizarra a media altura que
contienen pequeños huertos. Extraño y bonito a la vez. Él interior del pueblo
(o alquería) presenta una arquitectura típica de la zona y se suma el atractivo
de que sus calles parecen prolongarse hasta la sierra que se dibuja al fondo,
regalándola de una luz y alegría que las diferencia de la sobriedad de las
calles de otros pueblos de la zona.
Como eran solo las seis y media, volvimos a Castillo para ver un petroglifo. A las afueras de
esta alquería sale un camino o vereda en dirección oeste en medio de dos pistas
grandes que transcurre por la falda de la montaña, prácticamente llano y que
sigue le curso del rio. Después de cruzar el rio, y a unos 20 metros a la
derecha de un vallado, encontramos el petroglifo. Al parecer, es conocido como
el “tesito de los cuchillos”, supongo que porque el grabado que mejor se
ve son unas tres formas de espadas. Había alguna que otra forma más, pero difícilmente
descriptible. El paseo dura unos 30 minutos por terreno llano y es realmente
agradable.
(En el 2022 y como las cabezas ya no son las mismas…pues me olvidé y dejé atrás las
Erías pese a que lo tenía trazado en la
ruta. )
Después del paseo comenzamos a buscar sitio para dormir. Terminamos
tomando una carretera que nos condujo hasta Horcajo. Allí vimos una especie de aparcamiento en cemento
(cuadrado, de unos 100 m2, vacío). Al bajarme para maniobrar y dar la vuelta,
vi un sitio mejor, al borde un camino y a unos 10 metros de una casa. Nos
gustó, preguntamos y nos quedamos. Esta vez el frio no nos pillo desprevenidos
y nos acostamos “forraditos”.
Entre castaños, pinos y brezos.
A las ocho de la mañana alguien merodea por el exterior. Sale mi marido
y…¡sorpresa! Habíamos aparcado delante del acceso a una pequeña finca con una
docena de olivos que su dueño se disponía a labrar. El pobre hombre había
metido la mula y los aperos como había podido. Disculpas miles y todo el mundo
arriba. Temperatura exterior de 5ºC y la interior un poco más alta. Mientras
tanto, el Sr. Benigno, que así se llamaba, preparó su mula para engancharla a
un arado. ¡Hacía 25 o 30 años que no veía esto!. No era un arado romano como el
de mi abuelo, era de forja y parecía más moderno. Me sumergí en recuerdos de mi
infancia…En pleno siglo XXI, observar a estas gentes trabajar el campo a golpe
de azada y arado, utilizar mulos, burros y caballos, regar sus huertos con el
agua de los ríos a través de sus acequias, sacar sus pequeños rebaños de cabras
a pastar al monte, es una especie de anacronismo que no se explica por atraso,
como creen algunos, sino por la dureza de unas tierras que no permiten medios
más modernos.
Horcajo y el Sr. Benigno en el 2022.
Junto a
la iglesia y de vuelta de visitar El
Moral, entablamos una breve charla con un lugareño que nos dijo que había
regresado allí para disfrutar de su jubilación después de haber vivido 50 años
en Barcelona y que ahora había más gente en el pueblo que antes. Entonces
compartí mis recuerdos con él, cuando hace 21 años estuvimos aquí y un poco más
adelante donde acababa el pueblo, habíamos pernoctado con nuestra pequeña
camper.
Pues qué
curiosa resulta la vida a veces porque en ese momento, cerramos un círculo que comenzamos
a dibujar veintiún años atrás. El Sr. Benigno resultó ser el primo hermano de
nuestro interlocutor quien nos dijo que aún vivía pero que estaba en una
residencia. Casualmente apareció su mujer y también estuvimos hablando con ella
que se entristeció al comentarnos que su marido tenía “muy mal la cabeza”.
Supongo que el temible Alhzeimer. En aquel entonces ellos debían tener más o
menos la misma edad que tenemos ahora nosotros. ¡Y me pareció mayor!.
Nos
despedimos y nos acercamos a donde entonces pasamos la noche. Lo reconocimos: un pequeño
trozo de tierra con bancales donde había olivos, ahora sin cultivar. Las casas
seguían igual, todo igual a excepción de un mordisco que habían dado a una
pared abriendo una oquedad que entonces no estaba. Y me emocioné. Era un regalo
estar allí de nuevo de la mano del que seguía siendo el compañero de mi vida.
Sin nuestros hijos, que seguían sus propios caminos, pero juntos y disfrutando
de nuestra jubilación. Parecía haber pasado toda una eternidad, o como si esa,
la vida de hace 21 años, fuera ajena a mi. Y en realidad, cuando leo el relato
que entonces escribí, sí parece haber pasado una eternidad.
2001. Encanto de El Moral
Atravesamos el pueblo (Horcajo) y salimos por una pista forestal entre
pinares. Llegamos a los “primeros castaños” donde había una señal indicativa y
una vereda que descendía. Nos dijeron que debíamos seguir hasta los “segundos”,
pero viendo la señal, dimos la vuelta y dejamos nuestro camper aparcado al
borde del camino. Soledad absoluta, silencio roto sólo por el canto de un cuco.
Bajamos entre pinos y brezos hablando muy bajito. Después de unos quince minutos
de marcha apareció un vallado de pizarra. Paramos e izamos la vista al fondo y
¡Qué preciosidad!: rodeado de un río de aguas cristalinas, al fondo de un pequeño
valle rodeado de tres verdes lomas, también bajitas, aparecieron los restos de
lo que debió ser una aldea o pueblo tiempo atrás. Cruzamos el río pro un puente
y fuimos bordeando la valla hasta que apareció un trozo de pizarra que ponía
“El Moral” y debajo de ésta, otro trozo grande, con letras descoloridas en la
que pudimos leer que en este lugar, tiempo atrás, habían sobrevivido sus gentes
alimentándose únicamente a base de
patatas asadas y leche de cabra. Se nos hizo un nudo en el estómago y en silencio
penetramos en las calles abandonadas. Todavía permanecían dos en pie, usadas
hoy para guardar cabras: dos metros de la puerta de entrada a la puerta de
acceso, una especie de pequeña edificación a la derecha de un metro de altura
y, posiblemente, un gallinero. Dentro una sala de unos 10 ó 12m2 sin ventana
alguna. Pizarra sobre pizarra, unas vigas de madera y pizarras planas para el
tejado, entre las que a veces se veía el cielo. Sin duda, bien ventilada y sin
necesidad de chimenea: el humo salía entre las pizarras del tejado. La pobreza
del lugar es indudable, pero también su enorme belleza aún en su estado puro.
En el resto de los pueblos se mezcla la arquitectura antigua con la moderna,
pero aquí…calles entre vallas de negras pizarras, casas semiderruidas que se
suceden , rodeadas de prados verdes con unos alcornoques centenarios cuyos
troncos estaban cubiertos por musgo, las lomas verdes…Y la soledad, la paz, el
silencio del lugar. Era todo armonía, como si estuviéramos en un santuario.
Apenas nos atrevíamos a levantar la voz. Todo contribuía a maravillarnos y
sobrecogernos a la vez. Sentíamos profundamente ese lugar tratando de absorber
su significado.
Era un sitio por descubrir, una especie de paraíso perdido. Estamos
seguros de que con gente habría perdido
gran parte de su encanto original y, desde luego, no habría producido en
nosotros las emociones que produjo, Son lugares para decir: “no se lo contéis a
nadie, sólo a gente especial”, y sabemos que el especial espíritu del que
gozamos la familia campista guarda también una rara sensibilidad que hará que
los que lo visitéis no sólo veáis, si no que sintáis el lugar.
Poco más podemos decir de este sitio paradisiaco, solo que está dividido
por un río como en dos barrios, uno bastante más pequeño que el otro. Comenzamos a subir hacia la pista forestal y
en poco tiempo estábamos de vuelta. Eran las 11,30. Si deseábamos estar en casa
a la hora de comer, debíamos de comenzar el regreso, dejándonos Sauceda, Ovejuela
y Casar de Palomero para otra ocasión. Si nos íbamos ahora llegaríamos hacia
las 15,30, así que emprendimos la vuelta deshaciendo el camino de ida.
El regreso a El Moral. 2022.
En Horcajo aparcamos en un pequeño aparcamiento a la entrada del pueblo y ascendimos siguiendo una señal que nos indicaba el Moral. Dejamos a nuestra izquierda la iglesia y nos adentramos por sus callejuelas, pocas, y preguntamos a una lugareña por nuestro destino quien nos dijo que “siempre hacia arriba” pero también que fuéramos por “el puente pequeño”.
A la
salida del pueblo y junto a una casa que quedaba en el centro de dos caminos,
elegimos el de la izquierda que ascendía, -para ser obedientes-, dejando otro a
nuestra derecha que llaneaba y que tenía un señal muy deteriorada que nos
dirigía a El Moral y que no vimos hasta
nuestro regreso.
Pronto encontramos una senda amplia que nos descendía al poblado. Entonces era una vereda. Después de una pronunciada pendiente nos dejó a su entrada.
El lugar
es de una belleza espectacular y únicamente proporcional a la dureza de lo que
debía de ser aquí la vida. Echamos de menos la plancha de pizarra que hace 21
años describía en pocas palabras lo que había sido aquí la vida de sus gentes.
Y no hay ningún edificio común, ni iglesia, ni escuela, ni ayuntamiento, ni cementerio. Solo estas sencillas viviendas. Leo después en algún sitio que este lugar fue construido por pastores como un segundo poblado, escondido de la vista de los recaudadores de impuestos de la Casa de Alba. Aquí escondían parte del ganado, a sus hijos y cosechas.
Vemos un cartel que nos envía por una senda paralela al arroyo hacia Horcajo e informa del tiempo, 30 minutos.
Abandonamos Horcajo para dirigirnos a Casar de Palomero. Aparcamos antes de entrar en el pueblo y nos acercamos caminando. Tiene una bonita plaza porticada con la típica fuente de piedra en su centro que nos trasladó a otros pueblos de esta provincia en otra zona cercana.
Pero al margen de esto, y a nuestro juicio, el pueblo no tiene mayor interés y pocas cosas en común con la arquitectura hurdana, así que regresamos. Y entonces recordé que después de dejar atrás Horcajo, había olvidado ir hasta Las Erias, población que sí visitamos años atrás. Ya no regresaríamos así que rozando ya la hora de comer, nos dirigimos a Vega de Coria para pasar la noche, si encontrábamos un lugar apropiado.
Y sí, lo
encontramos, junto al río, al final de una carretera paralela a él, en el
extremo de una especie de merendero (40.383567, -6-182233). Y allí nos
preparamos para recibir la noche, que ahora, con el cambio de hora, llegaba
tarde.
La Horcajada. Marzo 2022.
En nuestro
segundo día de regreso a este pasado, el jueves 31 de marzo, y en un día con
nubarrones que amenazaban lluvia, pusimos rumbo a Rubiaco. Allí aparcamos junto al centro médico
(40.404071; -6.24214) en la única plaza que quedaba libre y tras cruzar la carretera
dejándola a nuestra derecha y preguntar
por el camino que nos llevara al despoblado de La Horcajada, lo tomamos y allí
nos dirigimos en una mañana muy nubosa y amenazante de lluvia.
Al
parecer hay tres caminos por los que ir: el primero por la misma carretera que
sube, que resultó ser más ancha de lo que yo creía, el segundo, por el que fuimos
nosotros, por una pista forestal y luego nos hablaron de otro que al parecer
era una senda que discurre al lado del arroyo aunque creímos entender que había que saltarlo varias veces.
Nos decidimos por la pista forestal que tras un breve y fácil ascenso y después de llanear disfrutando de hermosos paisajes, nos dejó en este poblado. Esta pista se continúa por la carretera que a su vez regresa a Rubiaco trazando así una ruta circular.
La
Horcajada , depositada al fondo de un pequeño valle, está habitado por dos
familias, bueno, nos dijeron dos parejas ya mayores. Había obreros
rehabilitando casas. Paseamos por una zona de viviendas derruidas donde solo
quedaban prácticamente sus paredes de pizarras, y luego por una calle estrecha
a la que se abrían pequeñas casas rehabilitadas. Y siguen siendo muy muy pequeñas. Rehabilitar
un espacio tan pequeño no merece la pena porque no se puede vivir cómodamente y
supone hacer una gran inversión económica, así que dejar caer las casas y
construir en otras zonas donde hay más terreno es mucho más factible. Es una
tristeza, pero no puede ser de otra manera.
Pese a
tener cierto encanto, no llega al que tiene El Moral, pero el camino es fácil,
cómodo y relativamente corto.
Tras perdernos por esta única calle tomamos la carretera y descendimos por ella. Nos cruzamos con una señora que subía con bolsas y pensé que era la compra. Pero nos dijo que venía de su huerto y por si llovía, había recogido verduras. Nos comentó que el principal problema que tenían en la zona era que el hospital más cercano estaba a 100 km, en Plasencia, que su marido tuvo un problema grave de pulmón y casi se muere por el camino. Vimos luego cerca de Nuñomoral un helipuerto.
Y es que
estos lugares son muy poéticos y hermosos, pero vivir aquí requiere de mucha
valentía o que tus raíces se hundan tanto que te hagan olvidar los
inconvenientes a los que diariamente te enfrentas.
Ahora pusimos
rumbo a El Gasco por lo que vuelvo a enlazar unas líneas más arriba y
retroceder en el tiempo.
Y nuestro
último destino en nuestro viaje de este año sería Riomalo de Arriba, ascenderíamos hasta que la carretera se
bifurca en dos, hacia Casares de Hurdes o hacia Salamanca y pondríamos rumbo
hacia Vilar Formoso en Portugal. Lo que sigue ahora es una breve incursión por las Batuecas. Sería la tercera
vez que caminamos por aquí pero como siempre, hacemos descubrimientos, así es
que la continuación a este relato lo hago en el que hice de Las Batuecas en el
año 2009. (