Nuestro primer viaje a estas tierras fue realizado en el año 2001, siendo uno de los primeros con nuestra VW california.

Animada por otros campistas, escribí su relato en la página web de solocamping.com, creada por unos aficionados a esta forma de viajar, entonces pocos, pero dicha página desapareció llevándoselo consigo.

Este relato tendría de significativo que sería el primero de todos los que iría escribiendo a lo largo de estos 21 años. Pero conservaba difumado en mi memoria el recuerdo remoto de si lo llegué o no a publicar en alguna revista para rescatarlo y fue Angel, que lo guarda todo, quien lo encontró. Una joya para mi que he transcrito textualmente. Otros relatos, como Andalucía, Holanda o Grecia, se han perdido.

Así que ahora, cuando 21 años después regresamos por estas tierras con nuestra cuarta autocaravana, pretendo  relatar  nuestra incursión actual añadiendo la  visión  de la que hicimos  entonces.  Bueno, para ser exacta, lo haré respetando el orden cronológico e ire del 2001 al año actual.

Me permitiré viajar en el tiempo yendo y viniendo del pasado al presente en un extraño viaje en el tiempo, y también de lugares ya que el orden en que visité entonces los pueblos de esta comarca, no fue el mismo que he seguido ahora. He elegido como anclaje los lugares y paisajes del relato del 2001 que una vez fijados, me han permitido viajar tratando de ordenar esta cierta sensación de caos que puede producir este extraño viaje donde me muevo en el tiempo y en el espacio.

Esta comarca del norte de la provincia de Cáceres, ahora más conocida, hace 21 años lo era menos así que la revista que lo publicó, “El Camping y su mundo” en su número 203 de enero de 2006, hizo una pequeña introducción que no fue obra mía, pero que transcribiré por considerarla de interés

“Al norte de la provincia de Cáceres y lindando con Salamanca se encuentra la comarca de Las Hurdes, entre la Sierra de Gata y el río Alagón. Una tierra que permaneció en el anonimato durante casi todo el siglo XX, discriminada y marginada, como se puede ver en el documental “Tierra sin pan” de Buñuel,


(https://www.youtube.com/watch?v=qO86FO1bs6g)
       

que empieza a despertar la curiosidad hoy día de muchos turistas, que han descubierto la gastronomía, las rutas naturales en las que se puede disfrutar de muchas piscinas naturales y muestras de artesanía regional. Este es el relato de una ruta desde Boadilla del Monte (Madrid) a borde de una VW Callifornia y recorriendo pequeñas localidades de la frontera entre Castilla y Leon y Extremadura y que sigue por los pueblos hurdanos”.

Cuando iniciamos nuestra andadura en este mundillo, nuestros hijos tenían 13 y 10 años. Para nosotros, aquella pequeña VW california de segunda mano, casi recién adquirida, sin baño y sin calefacción, en la que viajaríamos durante cuatro años por España y  desde Grecia hasta Reino Unido y Escocia, sería todo un palacio.

2001. EL PRINCIPIO, CASI DE TODO. EL MEANDRO DEL RÍO ALAGÓN.

Dejamos Madrid y tras recorrer los kilómetros que nos separaban del punto de inicio de nuestra pequeña ruta, comenzamos nuestro recorrido en Riomalo de Abajo, frontera entre Castilla y Leon y Extremadura, y nada más cruzar el río, una pista forestal que sale a la izquierda de la carretera y que deja el río también a la izquierda, asciende hacia un mirador desde el que se contempla uno de los meandros más hermosos de la geografía española: el que forma el río Alagón.

 En el 2022

Después de un mes de febrero sin llover y con una grave sequía, llevamos casi todo el mes de marzo sin parar hacerlo. Pero justo el miércoles se abría una ventana de buen tiempo de varios días que duraría hasta el domingo así que no lo pensamos más y nos preparamos para salir el mismo martes aunque lloviera. Si lo hacía no importaba si estábamos viajando. Nos escocía el precio al que se había puesto el gasóleo, casi 2 euros. El Gobierno había anunciado una rebaja en los combustibles a partir del viernes por lo que íbamos echando de poco en poco a ver si aguantábamos pero teníamos que tener en cuenta que la calefacción por debajo de un ¼ de depósito no funcionaba así que nos vimos obligados a rellenar por segunda vez el depósito hasta la mitad en Pinofranqueado y con esto aguantaríamos hasta la esperada rebaja que se produciría en pocos días.

Dedicamos casi cinco horas a recorrer los 300 km que nos separaban de esta comarca pero es que lo tomamos con mucha, mucha tranquilidad. Paramos a repostar en dos gasolineras y también comimos y descansamos así que hasta las 17 o 17,30 no llegamos a nuestro destino programado, Caminomorisco, junto al cuartel de la Guardia Civil y un instituto (40.324245, -6.293424). La lluvia solo nos acompañó en el tramo final de nuestro camino, a unos 40 km de Plasencia.

El sitio elegido era plano y estaba en un alto. Dimos una vuelta caminando por esta localidad con poco interés y nos dispusimos a esperar la noche que comenzaría a llegar alrededor de las 21 horas.

En cuanto a regresar para subir al meandro del Melero del que conservo aún imágenes claras pese a los años transcurridos,  y aunque barajé esta posibilidad, conocer que la pista que llevaba a él era bastante estrecha y podríamos tener dificultades si nos encontrábamos con otro vehículo, me disuadió. La autocaravana que tenemos ahora no tiene nada que ver con el tamaño de la entonces VW california que cabía por cualquier sitio. Ahora, si bien he ganado en comodidad, lo he perdido en movilidad. Todo, no lo podemos tener.

EL VALLE DEL LADRILLAR. 2001

Aunque no eran horas muy apropiadas (las 18,30) decidimos adentrarnos de lleno en el primer valle de esta comarca hurdana, el Valle del Ladrillar. Pasamos por las mestas, donde vendían miel y polen en puestos en la calle. Continuamos ascendiendo por una retorcida carretera, dejando atrás Cabeza hasta Ladrillar, donde paramos para estirar las piernas. Al final del pueblo, hacia abajo, aparece el barrio antiguo, que conserva casas con la arquitectura típica hurdana, hechas totalmente de pizarra, piedra sobre piedra, con tejado también de pizarra. Al margen de su color pardo muy oscuro (por lo que se llama “arquitectura negra”) nos sorprendió algo más: el tamaño. Las fachadas no deben medir más de tres metros. A veces, entre puerta y puerta sólo hay una distancia de dos metros, como máximo. Son auténticas cajas de cerillas y observamos que casi todo estaba en venta. Fue nuestro primer contacto con la parte humana de la zona y comenzamos a tomar conciencia de la pobreza de esta comarca y de las condiciones extremas  en que han sobrevivido hasta hace no mucho tiempo.

Las calles de estos pueblos o alquerías son tan estrechas y empinadas que no permiten el paso de vehículos.

Paseando por estas solitarias callejuelas, reino de tranquilidad y silencio, y oliendo a leña quemada, es fácil transportarse al pasado.

En el 2022

Este valle sería el último que visitaríamos en este año, al contrario que hace 21, y no realizaríamos parada en Ladrillar ya que desde lejos sus construcciones no llamaron especialmente nuestra atención. Y es que aquí tengo que hacer un breve inciso. Las poblaciones de esta zona, mejor comunicadas, han sufrido una transformación a lo largo de este tiempo y ya son muy escasas las viviendas originales habiendo  sido sustituidas por otras más modernas que no han conservado la arquitectura tradicional, primero por imposibilidad funcional ya que no merece la pena invertir en restaurar una vivienda cuyo tamaño es de diez o doce metros cuadros en planta,  segundo por su acceso ya que a la mayoría de ellas solo se puede llegar a pie y tras pronunciadas pendientes por estrechas calles, y tercero, y según el comentario de una cartera, por el “hartazgo” de sus habitantes tras tantos años de pizarra. Así que desde la carretera el grupo de casas no nos llamó especialmente la atención y decidimos continuar nuestro camino hasta Riomalo de Arriba.

Riomalo de Arriba 2001

Continuamos hasta Riomalo de arriba. Al llegar aquí la carretera se abre y continúa a la izquierda por un camino rural asfaltado y a la derecha por una pista forestal donde decidimos parar junto a dos vehículos más. Desde aquí se puede contemplar la arquitectura típica de la zona de viejas casas de pizarra en un grupo amplio que asciende por la ladera.

Existía en esta vista un mágico contraste: los colores verdes intensos de una primavera en su plenitud, el sonido solitario del agua cristalina que discurría al borde de la alquería, las huertas primorosamente cuidadas y que daban cuenta de algún que otro vecino y, por otro lado, la piedra oscura, casi negra, de las casas agrupadas unas junto a otras fundiéndose con el paisaje, abandonadas unas, derruidas otras. El silencio, pese a que había gente, sobrecogía: ni una vez más alta que otra.

Paseamos por sus calles y tratamos de identificar las casas habitadas por su aspecto exterior y por el humo de sus chimeneas y comenzamos a pensar en pasar la noche allí, ya que estaba a las afueras y a unos 100 metros de viviendas habitadas, en un lugar bonito y tranquilo. Nos movimos por la pista un poco hacia adelante para cobijarnos detrás de una curva en la que había una pareja de ancianos trabajando para abrir la acequia cegada durante el invierno. En lo que duró nuestro paseo (menos de 30 minutos), por aquella acequia corría un agua cristalina destinada a regar sus cebollas recién plantadas. Les preguntamos si había algún problema para pasar allí la noche y nos dijeron que no, ofreciéndonos una casa con “luz y agua, por si quieren darse una ducha”, ofrecimiento que rechazamos expresando nuestro agradecimiento. Así, con una temperatura exterior de unos 5ºC, nos dispusimos a pasar una noche que preveíamos fría.

Riomalo de arriba en el 2022

Tras pernoctar por segunda noche en  Vegas de Coria (40.383567, -6-182233) junto al río y una zona de recreo en un sitio plano y tranquilo, desayunamos y lo primero que hicimos fue ir a la gasolinera. Hoy, 1 de abril, comenzaba la rebaja de 20 céntimos por litro anunciada por el Gobierno así que hemos vuelto a pagar el gasoil a 1,60 más o menos, y por supuesto, hemos llenado el depósito.

Tras escuchar las quejas del gasolinero, hemos puesto rumbo a  Ladrillar y  Riomalo de Arriba.

La carretera asciende entre bosques de pinos y va ganando altura dejando abajo el valle. Las vistas son hermosas. Esta zona es una belleza, ya me lo pareció la primera vez que estuvimos aquí y esto, afortunadamente, no ha cambiado.

Seguimos ascendiendo hasta llegar a Riomalo de Arriba. Aparcamos en la misma carretera. Aquí vemos unos grupos de viviendas de pizarra y alguna que otra nueva. Es un lugar más “autentico” al estar más aislado. Caminando nos dirigimos a identificar donde dormimos 20 años atrás, a la salida del pueblo en un camino. Y el sitio estaba igual aunque habían mejorado la zona del rio represándolo y haciendo un merendero.

Tras esta melancólica visita al pasado, inmediatamente trepamos por sus calles, y lo de trepar, es textual porque lo hicimos a través de una calle muy estrecha con una pendiente muy pronunciada. Es curioso que ahora me impresione esta cuesta mucho más que hace 20 años.  Bueno más que “curioso”, el calificativo sería “razonable”. Seguro que un mal paso arriba, nos pondría rodando en la carretera. 

Enseguida estuvimos rodeados de viejas casas de pizarra, abandonadas unas, semiderruidas otras. En sus interiores mucha porquería almacenada a lo largo de los años de abandono. Nos asomamos tímidamente a algunas. Seguimos ascendiendo y perdiéndonos por alguna que otra callejuela, en singular, porque más de dos o tres no tenía. Vimos también  los intentos de algún que otro vecino por restaurar, algunos no fructificados pero otros conseguidos.. Nos encontramos con un joven, poco comunicativo a quien le pregunté cuántos vecinos vivían y nos dijo que cuatro. Cuando terminamos nuestra visita y dejamos a un lado el pueblo por la carretera, tres de ellos, todos hombres, charlaban en la calle.


Quizás esta población sea la más auténtica de la zona presentando un mayor número de viviendas antiguas  abandonadas  y que conservan esa arquitectura típica construidas enteramente de pizarra, el material más frecuente de la zona, sin argamasa. Son casas de una sola planta semicircular adaptándose para aprovechar mejor el espacio y a la abrupta orografía del terreno formando una simbiosis perfecta con el entorno. Aquí un mayor número de estas viviendas originales, conviven con alguna reconstruida o nueva.

Caminamos en silencio, oyendo nuestros propios pasos. Es difícil definir los sentimientos que nos originaba porque por un lado sentimos la fuerza de esta naturaleza y admiramos su belleza, pero por otro, sentimos también la dificultad de adaptarse a este medio tan hostil, como bello. Observar el entorno, e incluso el conjunto, agrada, ver las viviendas individualmente, su escaso tamaño, intuir su pobreza,   entristece. Así que esta ambivalencia siempre estará presente en nuestro recorrido por la zona.

Dejamos Riomalo de Arriba para seguir ascendiendo por una hermosa carretera  que años atrás había sido una pista forestal asfaltada y que serpenteaba entre pinos dejando abajo Riomalo y el valle. Alguna que otra “revuelta” fuerte y  llegados a una bifurcación, esta vez decidimos no bajar a Casares de Hurdes por considerar que no tenía gran cosa de interés exceptuando un campanario así que tomamos la desviación hacia Castilla y Leon y coronamos. Nos bajamos a disfrutar de un hermoso paisaje: a un lado la cordillera de la Sierra de Francia de Salamanca y al otro toda  la zona de las Hurdes.

2001. LAS SIERRAS ORIENTALES

Retomo el relato del 2001 en la noche pasada en Riomalo de Arriba.

A las cuatro de la mañana nos despertamos para ponernos una sudadero encima del pijama y echarnos una manta más. A los niños, embutidos en sus sacos, sólo se les veía la nariz, y , dado que sus sacos eran mejores que los nuestros, no pasaron, según ellos, nada de frío. A las nueve de la mañana, con un sol espléndido, la temperatura exterior era de 0ºC y la interior de 4,5ºC (debía haber un grado en cada esquina). Al quitar los oscurecedores vimos hiero en el parabrisas, pero ya había gente trabajando en sus huertas.

Marchamos ascendiendo por el camino rural asfaltado, estrecho y en mal estado en algunos tramos, hacia Casares de las Hurdes, balcón hacia otro valle, parando en el puerto de Casares, desde el que se divisaban ambos valles.  Compramos pan y unas magdalenas que devoramos mientras paseábamos. Lo que más nos llamó la atención (aparte de una placa en una casa “propiedad de Dª Odulia Canuto”, “conmemorativa” de la visita que los Reyes de España hicieron a esta en 1998) fue un antiguo campanario que constaba simplemente de unas escaleras y dos campanas. Al parecer, se utilizaba para llamar a los vecinos a reunión.

Nos dirigimos hacia Nuñomoral para coger la carretera que lleva a Cerezal, Martilandrán, La Fragosa y El Gasco por una sinuosa carretera. Merece la pena pasear por estos dos últimos pueblos o alquerías para disfrutar de su arquitectura y recomiendo, como en casi todos, pero sobre todo por un detalle, al menos, curioso: todas las ancianas que pudimos ver (unas cuatro o cinco, de edades superiores a los 70 años) vestían de la misma forma: pañuelo anudado a la forma asturiana, jersey y una falda con amplios frunces, ancha por debajo de la rodilla. Esta falda monocolor dejaba ver un trozo de pantorrilla, al aire, luego aparecía un calcetín corto y zapatillas o playeras. En la placita en Fragosa, un caballo percherón estaba siendo preparado para ir al  campo, colocándose aperos de labranza diversos.

Hay que comentar que las “caballerías” como llama la gente del campo a los burros, mulas y caballos de trabajo, desaparecidos ya en muchas zonas, es una vista muy habitual por estos lugares. Andan por caminos, trochas y carreteras cargados con herramientas para trabajar en el campo, serones o albardas. No llegamos a ver ni un solo tractor u otra máquina de trabajar el campo. El tipo de terreno no lo permite. Otros animales domésticos eran las cabras, que, en pequeños rebaños de seis u ocho, pastaban con sus dueños por el monte. En la parte antigua de los pueblos o alquerías, las cuadras para las “caballerías” o para las cabras se alternan con las viviendas. Aparte de las gallinas, no llegamos a ver otro tipo de animales domésticos como cerdos o vacas. Todo esto nos hizo pensar en que era una zona extremadamente dura para vivir, como hemos visto pocas, donde  sus gentes han arrancado pequeños trozos de terreno a las laderas de las montañas para cultivar cerezos, olivos o castaños, y donde pequeñas vegas con poca pendiente y cercanas a los ríos se reparten entre sus habitantes en pequeños trozos, conformando “a vista de pájaro” una especie de tablero de ajedrez, donde cada cuadradito está cultivado con algún hortaliza distinta a la del otro.

En el 2022. Grandes cambios

Y en estos veinte años han desaparecido los animales de trabajo que entonces sí vimos. Ahora no llegamos a ver ninguno. Pero para ser más exacta, en el Gasco nos acompañó en parte de nuestro recorrido el peculiar olor a oveja o cabra y asomándonos a una vieja cuadra pudimos ver un par de burros. En cuanto al cultivo en vegas, también casi extinguido. Si entonces nos llamó la atención que cada trozo de terreno estaba aprovechado, ahora solo algunos. De las señoras que entonces encontramos vestidas de la manera peculiar descrita…ninguna. Así el tiempo ha ido borrando del lugar casi todas las imágenes “culturales” que entonces encontramos. Y aquí es cuando siento esa ambivalencia extraña: el progreso ha mejorado la vida de sus gentes, y eso me alegra,  pero se ha llevado un paisaje cultural muy valioso, aunque algo anclado en el pasado, y eso, me entristece. Y aparece la reflexión: ¿es posible la convivencia de ambas partes?. Yo creo, sinceramente, que no.

El Gasco en el 2001

Pasamos de largo por Martinlandrán y Fragosa, donde preguntamos para ir hacia El Gasco. Habíamos leído que aquí se encuentra la cascada más espectacular de las Hurdes. Normalmente, las respuestas de los lugareños a nuestras preguntas no se limitaban sólo a lo preguntado, y aprovechaban para “matar un poco el tiempo” contando alguna que otra historia.

Afortunadamente en todos estos pue3blos o alquerías, antes de adentrarte por sus calles estrechas, aparece una especie de plazuela donde se puede aparcar y dar la vuelta, como en El Gasgo, donde comenzamos nuestro recorrido a pie hasta el Chorro de la Miancera. El camino está bien señalizado y comienza con un precioso paseo perfectamente arreglado que transcurre a lo largo del río Miacera, dejándolo a la izquierda, junto con varias huertecillas labradas. Se debió de acabar el dinero, porque enseguida se acaba este camino y se convierte en una vereda llena de cascajos (trozos y más trozos de pizarra) para internarse luego en la garganta y comenzar a ascender, teniendo que cruzar varias veces el río (saltando de piedra en piedra). Hay poco más de un kilómetro, se tarda unos 30 minutos y la última parte es quizás la más dura, al ascender por una pronunciada pendiente, pero merece la pena: es un salto de agua de unos 50 metros o más de altura y hay muy poca gente. La verdad es que la  belleza de un lugara aumenta cuando se contempla sin gente alrededor.

El Gasco en el 2022

A nuestra izquierda íbamos dejando el rio Malvellido  y podíamos ver algunos  bancales a sus márgenes labrados primorosamente para aprovechar sus aguas. Aparcamos al final y nos introdujimos por sus callejuelas.

En una de ellas había una tiendica y compramos miel. Aun saboreábamos la que hace 21 años compramos en Aceitunilla. Antes habíamos intentado comprarla a algún vecino que la vendiera, pero parece que ya se han agrupado en cooperativa y nadie la vende por su cuenta. Nos preguntaron si íbamos a ir al chorro de la Meancera y pudimos ver una senda empedrada muy bien trazada que circulaba paralela al rio pero el tiempo amenazaba lluvia.  Un pastor nos comentó que no iba a llover hasta las 15 horas, pero desconfiamos.

Nos dejamos perder por sus callejuelas donde comenzamos a disfrutar de  la típica vivienda hurdana de paredes y techos de pizarra con esa característica forma en la que únicamente  la casa tiene un ángulo recto terminando luego de forma redondeada. Pequeñas, muy pequeñas. Unas tras otra y aún en pie alineándose formando estrechas calles con una belleza muy singular. Sin habitar. Abandonadas. Solo en algunas que han rehabilitado vemos señoras ancianas. 

Todas trepan por la ladera de la montaña adaptándose a esta orografía tan accidentada, agarrándose a su escarpada pendiente. No hay espacio para más. Caminamos oyendo únicamente el sonido de nuestros pasos y el crujir de los chubasqueros. Hablamos bajito para no romper la magia del momento y del lugar. Si no fueran tan pequeñas, si no sospechara que ha recogido mucha pobreza, podría decir que son bellas. Pero no puedo separar su arquitectura de sus habitantes y del entorno. Lo miro con otros ojos y cuando lo veo con el alma, con el corazón…. me siento sobrecogida. Y es que este lugar hay que mirarlo con los ojos de la cabeza pero también del corazón, y los sentimientos que generan ambos, entran en contraposición. Donde unos encuentran belleza, los otros lucha, esfuerzo, pobreza, supervivencia, dureza.

Regresamos a la autocaravana y nada más entrar comienza a caer una cortina de agua. Si había sido tentada por acercarme al Chorro de la Meancera, esta  lluvia disolvió cualquier tentación. Si nos pilla esto nos cala hasta las huesos y si bien no sería la primera vez, ahora no tenemos la edad de entonces.


Así que comenzamos nuestro regreso parando en un mirador que recoge gran parte de la  esencia de la vida de esta comarca: el río, protagonista del paisaje, y bancales a ambas márgenes que escalan las laderas y que en sus tiempos fueron cultivados y ahora aparecen abandonados.  Es un paisaje cultural único y muy interesante. Las lluvias caídas en los últimos días lo han pintado todo de un verde intenso y las aguas descienden  rápidas, formando meandros. Justo en el mirador hay uno doble muy peculiar que no podemos observar completo al transcurrir parte del cauce del río por detrás de una loma.


EL VALLE DE LOS TEJOS.2001

Aceitunilla 2001

Bajamos hacia El Cerezal, donde habíamos leído que, al pie de una presa, está el valle de los tejos, con gigantescas madroñeras y viejos ejemplares de tejos. Como no lo encontramos, preguntamos y nos dijeron que no estaba indicado, que había que seguir un camino que partía de la presa y que era una auténtica selva. Como no sabíamos si lo íbamos a encontrar ni lo que podíamos tardar en ello, y, siendo ya la hora de comer, decidimos acercarnos a Aceitunilla, pueblo lleno de curiosas casas redondas (al llegar a las esquinas, las redondean, en vez de hacerla angulosa). 

Fotografía tomada en el 2001
A la llegada nos ofrecieron miel y polen. Compramos la miel “que sabía” y el grupo inicial de dos señoras vendiendo a las puertas de sus casas se convirtió en cinco contándonos sus duras vidas en estos lares que habían obligado a emigrar a todos sus hijos –algunas hablaban de nueve y diez- como ahora sólo quedaba una niña, mientras que antes la escuela tenía dos edificios, de cómo los jabalíes les destrozaban sus huertecillos que distaban tan solo 50 0 100 metros del pueblo y que podíamos ver desde donde estábamos y como parecía que les tomaban el pelo levantando la tierra, incluso al pie del espantapájaros, y cómo, tiempos atrás, les cortaron sus madroños y carrascas del monte para plantar en su lugar pinos que ahora no podían ni tocar.
Fotografía tomada en el 2022.(para quien no crea en las casualidades)

Como los estómagos “rugían”, abandonamos su animada charla y compañía y comimos junto a un viejo molino de aceitunas, cerrado en la actualidad.






Aceitunilla en el 2022

Aparcamos a la entrada en un pequeño aparcamiento y ascendemos por la carretera para contemplar el mismo paisaje que hace 21 años. Pero algo ha cambiado. Entonces casi toda la ladera estaba construida con casas de pizarra, ahora solo quedaba un reducido grupo de ellas. Y los huertos junto al pueblo que años atrás estaban cultivamos  y que entonces hozaban los  jabalíes, ahora estaban abandonados. Y las casas que se abrían a estos huertecillos y donde entonces mantuvimos una animada charla con las gentes del lugar y que reconocimos por sus poyos en la puerta, ahora estaban también, abandonadas. Triste destino.

De nuevo trepamos por sus callejuelas, algunas con el suelo cubierto por una tupida alfombra de musgo lo que indicaba que hacía mucho tiempo que nadie pasaba por allí. Al igual que en El Gasco nos dejamos perder por estas callejuelas, absorbimos su arquitectura, nos dejamos atrapar por su embrujo, su serenidad y nos estremecimos por su dureza. Más viviendas abandonadas,  con sus puertas de madera, sus ventanucos, sus paredes y techo de pizarra, atrapadas en el tiempo, vacías, esperando a sus habitantes pero aun erguidas sostenidas por un hilo a la vida. Entre ellas aparecen casitas reconstruidas.

Y, es curioso lo de las puertas de madera. Creo que por primera vez detengo mi atención en ellas y en su aparente abandono y longevidad encuentro una belleza peculiar  en ellas. Cada una es distinta a la otra y parecen tener personalidad propia encerrando una belleza especial…y muchas historias por relatar.


Nos encontramos con  una empleada de correos que confesó que cuando tenía que llevar alguna carta a algún vecino que vivía en la zona alta a donde únicamente es posible llegar caminando, la costaba. Nos comentó que la “compra” la suben en carros desde los coches que tienen que dejar abajo. Entorno muy romántico, pero es una vida dura lo que explica sin dificultad alguna su progresivo abandono.

Ya abajo hablamos con otra señora que nos aportó una información muy valiosa: la primera como poder echar agua en una fuente que parecía rota, y la segunda, donde comprar miel barata y buena, en Nuñomoral.   Y resalto una vez más, al igual que años atrás, el carácter extrovertido, comunicativo y sencillo de estas gentes. Cada vez me gusta más hablar con ellas.

Decidimos comer y darnos allí una ducha  donde estábamos aparcados para después llenar el depósito. Después bajamos a Nuñomoral y encontramos la miel, a 6 euros el kilo y exquisita. Y ahora ya, decidimos regresar el mismo lugar donde ayer pasamos la noche, en Vega de Coria,  donde estamos ahora.


2001

Bajamos a Caminomorisco, a la única gasolinera de la zona. Su propietario tenía el mismo carácter afable, extrovertido y comunicativo de la zona. Nos contó mil historias a mi mirado mientras nos llenaba el depósito, y al terminar, tenía una hermosa cola detrás, pero aquí el tiempo pasa despacio y su importancia es relativa.

De camino a otro valle hurdano nos sorprendió ver minúsculos trozos de tierra cultivados en una curva de la carretera, aprovechando el agua del río y la poca pendiente del terreno. Debe existir algo en estas gentes y en su forma de vivir en permanente y estrecho abrazo con la naturaleza, que explique el que sigan robando trozos de tierra para cultivarla, cuando la mayoría de las vegas fértiles de otras regiones de nuestra geografía están abandonadas.

Entramos en otro valle hurdano, dejamos atrás Castillo y nos dirigimos a Erías, pueblo peculiar a cuya parte vieja se accede a través de un arco parecido a los de las murallas, y terminamos en Aldehuela, que merece una breve visita: se accede por un entramado de calles muy estrechas con tapias de pizarra a media altura que contienen pequeños huertos. Extraño y bonito a la vez. Él interior del pueblo (o alquería) presenta una arquitectura típica de la zona y se suma el atractivo de que sus calles parecen prolongarse hasta la sierra que se dibuja al fondo, regalándola de una luz y alegría que las diferencia de la sobriedad de las calles de otros pueblos de la zona.

Como eran solo las seis y media, volvimos a Castillo para ver un petroglifo. A las afueras de esta alquería sale un camino o vereda en dirección oeste en medio de dos pistas grandes que transcurre por la falda de la montaña, prácticamente llano y que sigue le curso del rio. Después de cruzar el rio, y a unos 20 metros a la derecha de un vallado, encontramos el petroglifo. Al parecer, es conocido como el “tesito de los cuchillos”, supongo que porque el grabado que mejor se ve son unas tres formas de espadas. Había alguna que otra forma más, pero difícilmente descriptible. El paseo dura unos 30 minutos por terreno llano y es realmente agradable.

(En el 2022 y como las cabezas ya no son las mismas…pues me olvidé y dejé atrás las Erías  pese a que lo tenía trazado en la ruta. )

Después del paseo comenzamos a buscar sitio para dormir. Terminamos tomando una carretera que nos condujo hasta Horcajo. Allí vimos una especie de aparcamiento en cemento (cuadrado, de unos 100 m2, vacío). Al bajarme para maniobrar y dar la vuelta, vi un sitio mejor, al borde un camino y a unos 10 metros de una casa. Nos gustó, preguntamos y nos quedamos. Esta vez el frio no nos pillo desprevenidos y nos acostamos “forraditos”.

Entre castaños, pinos y brezos.

A las ocho de la mañana alguien merodea por el exterior. Sale mi marido y…¡sorpresa! Habíamos aparcado delante del acceso a una pequeña finca con una docena de olivos que su dueño se disponía a labrar. El pobre hombre había metido la mula y los aperos como había podido. Disculpas miles y todo el mundo arriba. Temperatura exterior de 5ºC y la interior un poco más alta. Mientras tanto, el Sr. Benigno, que así se llamaba, preparó su mula para engancharla a un arado. ¡Hacía 25 o 30 años que no veía esto!. No era un arado romano como el de mi abuelo, era de forja y parecía más moderno. Me sumergí en recuerdos de mi infancia…En pleno siglo XXI, observar a estas gentes trabajar el campo a golpe de azada y arado, utilizar mulos, burros y caballos, regar sus huertos con el agua de los ríos a través de sus acequias, sacar sus pequeños rebaños de cabras a pastar al monte, es una especie de anacronismo que no se explica por atraso, como creen algunos, sino por la dureza de unas tierras que no permiten medios más modernos.


Daba gusto ver al Sr. Benigno, con sus sesenta y pico  años a cuestas y en manga corta, trabajando con la alegría y agilidad con que lo hacía. Me pareció una “horterada turística”, pero no me pude resistir a pedirle que me dejara fotografiarle. Posó orgulloso con su mula como un artista de cine. Le ofrecimos café y magdalenas, pero dijo que ya había tomado su “copita de aguardiente”. Nos enseñó sus colmenas y sus recogedores de polen, explicando a los niños como funcionaban, así como el funcionamiento de una centrifugadora para sacar la miel. Las colmenas llegaban hasta el techo, pero nos comentó que este invierno había llegado la ruina para muchos: habían muerto abejas a centenares. Con la resignación característica de los que llevan viviendo de la tierra muchos años, nos dijo que el campo es así, un año bueno y al otro te arruinas. Nos preguntó si íbamos a ir al El Moral. En ningún sitio aparecía referencia alguna de este lugar, pero nos dijo que era como un pueblo o barrio que venía a ver mucha gente y que estaba muy cerca. Así es que decidimos cambiar los planes y darnos un paseo. Sería el broche de oro (¡y con diamantes!) a nuestra estancia en esta hermosa comarca.

Horcajo y el Sr. Benigno en el 2022.

Junto a la iglesia  y de vuelta de visitar El Moral, entablamos una breve charla con un lugareño que nos dijo que había regresado allí para disfrutar de su jubilación después de haber vivido 50 años en Barcelona y que ahora había más gente en el pueblo que antes. Entonces compartí mis recuerdos con él, cuando hace 21 años estuvimos aquí y un poco más adelante donde acababa el pueblo, habíamos pernoctado con nuestra pequeña camper.

Pues qué curiosa resulta la vida a veces porque en ese momento, cerramos un círculo que comenzamos a dibujar veintiún años atrás. El Sr. Benigno resultó ser el primo hermano de nuestro interlocutor quien nos dijo que aún vivía pero que estaba en una residencia. Casualmente apareció su mujer y también estuvimos hablando con ella que se entristeció al comentarnos que su marido tenía “muy mal la cabeza”. Supongo que el temible Alhzeimer. En aquel entonces ellos debían tener más o menos la misma edad que tenemos ahora nosotros. ¡Y me pareció mayor!.

Nos despedimos y nos acercamos a donde entonces  pasamos la noche. Lo reconocimos: un pequeño trozo de tierra con bancales donde había olivos, ahora sin cultivar. Las casas seguían igual, todo igual a excepción de un mordisco que habían dado a una pared abriendo una oquedad que entonces no estaba. Y me emocioné. Era un regalo estar allí de nuevo de la mano del que seguía siendo el compañero de mi vida. Sin nuestros hijos, que seguían sus propios caminos, pero juntos y disfrutando de nuestra jubilación. Parecía haber pasado toda una eternidad, o como si esa, la vida de hace 21 años, fuera ajena a mi. Y en realidad, cuando leo el relato que entonces escribí, sí parece haber pasado una eternidad.

2001. Encanto de El Moral

Atravesamos el pueblo (Horcajo) y salimos por una pista forestal entre pinares. Llegamos a los “primeros castaños” donde había una señal indicativa y una vereda que descendía. Nos dijeron que debíamos seguir hasta los “segundos”, pero viendo la señal, dimos la vuelta y dejamos nuestro camper aparcado al borde del camino. Soledad absoluta, silencio roto sólo por el canto de un cuco. Bajamos entre pinos y brezos hablando muy bajito. Después de unos quince minutos de marcha apareció un vallado de pizarra. Paramos e izamos la vista al fondo y ¡Qué preciosidad!: rodeado de un río de aguas cristalinas, al fondo de un pequeño valle rodeado de tres verdes lomas, también bajitas, aparecieron los restos de lo que debió ser una aldea o pueblo tiempo atrás. Cruzamos el río pro un puente y fuimos bordeando la valla hasta que apareció un trozo de pizarra que ponía “El Moral” y debajo de ésta, otro trozo grande, con letras descoloridas en la que pudimos leer que en este lugar, tiempo atrás, habían sobrevivido sus gentes alimentándose  únicamente a base de patatas asadas y leche de cabra. Se nos hizo un nudo en el estómago y en silencio penetramos en las calles abandonadas. Todavía permanecían dos en pie, usadas hoy para guardar cabras: dos metros de la puerta de entrada a la puerta de acceso, una especie de pequeña edificación a la derecha de un metro de altura y, posiblemente, un gallinero. Dentro una sala de unos 10 ó 12m2 sin ventana alguna. Pizarra sobre pizarra, unas vigas de madera y pizarras planas para el tejado, entre las que a veces se veía el cielo. Sin duda, bien ventilada y sin necesidad de chimenea: el humo salía entre las pizarras del tejado. La pobreza del lugar es indudable, pero también su enorme belleza aún en su estado puro. En el resto de los pueblos se mezcla la arquitectura antigua con la moderna, pero aquí…calles entre vallas de negras pizarras, casas semiderruidas que se suceden , rodeadas de prados verdes con unos alcornoques centenarios cuyos troncos estaban cubiertos por musgo, las lomas verdes…Y la soledad, la paz, el silencio del lugar. Era todo armonía, como si estuviéramos en un santuario. Apenas nos atrevíamos a levantar la voz. Todo contribuía a maravillarnos y sobrecogernos a la vez. Sentíamos profundamente ese lugar tratando de absorber su significado.

Era un sitio por descubrir, una especie de paraíso perdido. Estamos seguros de que  con gente habría perdido gran parte de su encanto original y, desde luego, no habría producido en nosotros las emociones que produjo, Son lugares para decir: “no se lo contéis a nadie, sólo a gente especial”, y sabemos que el especial espíritu del que gozamos la familia campista guarda también una rara sensibilidad que hará que los que lo visitéis no sólo veáis, si no que sintáis el lugar.

Poco más podemos decir de este sitio paradisiaco, solo que está dividido por un río como en dos barrios, uno bastante más pequeño que el otro.  Comenzamos a subir hacia la pista forestal y en poco tiempo estábamos de vuelta. Eran las 11,30. Si deseábamos estar en casa a la hora de comer, debíamos de comenzar el regreso, dejándonos Sauceda, Ovejuela y Casar de Palomero para otra ocasión. Si nos íbamos ahora llegaríamos hacia las 15,30, así que emprendimos la vuelta deshaciendo el camino de ida.

El regreso a El Moral. 2022.

En Horcajo aparcamos en un pequeño aparcamiento a la entrada del pueblo y ascendimos siguiendo una señal que nos indicaba el Moral. Dejamos a nuestra izquierda la iglesia y nos adentramos por sus callejuelas, pocas, y preguntamos a una lugareña por nuestro destino quien nos dijo que “siempre hacia arriba” pero también que fuéramos por “el puente pequeño”.

A la salida del pueblo y junto a una casa que quedaba en el centro de dos caminos, elegimos el de la izquierda que ascendía, -para ser obedientes-, dejando otro a nuestra derecha que llaneaba y que tenía un señal muy deteriorada que nos dirigía a El Moral y que  no vimos hasta nuestro regreso.

Así que subimos y tomamos una pista forestal, la que años atrás nos condujo con nuestra camper a este lugar. Aunque caminar por pistas forestales no resulta muy atractivo, pudimos disfrutar de un magnifico paisaje arbolado de pinos que se abría a nuestra derecha abarcando pequeños valles cerrados. A los lados de la pista forestal los pinos crecían como espárragos, delgados y muy juntos haciendo completamente imposible salirse del camino.

Y se nos hizo algo largo cuando ya comenzamos a ver al final de uno de estos vallecitos, casi a nuestros pies,  los restos del poblado. Preciosa vista que nos regaló el acercarnos por esta pista y de la que no hubiéramos disfrutado si no hubiéramos hecho el camino por aquí. Desde arriba nos llamó la atención que no había tejados cuando 21 años atrás sí los tenían. Nos dirían después que se un incendio se los llevó.

Pronto encontramos una senda amplia que nos descendía al poblado. Entonces era una vereda. Después de una pronunciada pendiente nos dejó a su entrada. 


Una senda muy bien hecha con unas escaleras y un pequeño puente, nos depositó a la entrada de este mágico lugar. Un arroyo discurre a nuestra derecha y ascendemos por su empedrada calle. 




Hay unas siluetas metálicas de un pastor con cabras. A esta calle se abren las puertas de lo que en su día fueron las viviendas. Primero parece haber un pequeño espacio abierto, como si fuera un corral y después está ya la vivienda que es una simple y pequeña estancia cuadrada sin ventanas ni chimenea reforzada en el centro para sustentar el tejado ausente ahora pero que en su día era de planchas de pizarra.

Al atravesar una de estas casas vemos que en la otra parte tienen otro espacio abierto que da a otro arroyo, así que en realidad este poblado estaba construido entre el río Horcajo y el arroyo  del Risco.

El lugar es de una belleza espectacular y únicamente proporcional a la dureza de lo que debía de ser aquí la vida. Echamos de menos la plancha de pizarra que hace 21 años describía en pocas palabras lo que había sido aquí la vida de sus gentes.


Y trato de poner vida a este lugar, pero no veo colores,  ni fiesta, veo gentes caminando con sus azadas doblados hacia la tierra que los sostiene y mantiene, tratando de sacar alimento para sus gentes.


Y esta vez soy consciente de que las viviendas parecen estar construidas ignorando la belleza del entorno que las rodea. Ahora abriríamos grandes ventanales para disfrutar de ella. Entonces estaban más preocupados por su propia supervivencia y la de los suyos, por mantener el calor en ella, más que por asomarse a contemplar el paisaje. Mi abuelo, gente dura del campo,  diría que la belleza no se come, como lo decía de las flores en el jardín cuando las sustituía por hortalizas.

Y no hay ningún edificio común, ni iglesia, ni escuela, ni ayuntamiento, ni cementerio. Solo estas sencillas viviendas. Leo después  en algún sitio que este lugar fue construido por pastores como un segundo poblado, escondido de la vista de los recaudadores de impuestos de la Casa de Alba. Aquí escondían parte del ganado, a sus hijos y cosechas.

Y como hace 21 años, me sobrecogió. Se puede ver y admirar la belleza del entorno, pero sufrir por la pobreza de sus gentes. Vemos como algunas viviendas están siendo rehabilitadas de lo que me alegro.  Parece que son conscientes de la belleza y el valor del lugar  y es que a mi juicio es un auténtico tesoro, etnológico, humano y natural.

Vemos un cartel que nos envía por una senda paralela al arroyo hacia Horcajo e informa del tiempo, 30 minutos. 

Dudamos, pero al final nos decidimos a regresar por aquí, primero nos librábamos de la subida desde el despoblado hasta la pista forestal, segundo porque esta senda sería más hermosa que la pista por la que habíamos venido, y tercero porque era desconocida para nosotros así que venciendo nuestros temores a perdernos –teníamos ya alguna experiencia-  la tomamos.  Estaba empedrada y muy bien conservada o restaurada y  tenía toda la pinta de ser la natural ,la usada durante años por los habitantes de este sitio y que  unía Horcajo con el Moral.

En muy poco tiempo vimos ya las primeras casas de Horcajo. La vuelta sin duda se me había hecho bastante más corta que la ida.






Abandonamos Horcajo para dirigirnos a Casar de Palomero. Aparcamos antes de entrar en el pueblo y nos acercamos caminando. Tiene una bonita plaza porticada con la típica fuente de piedra en su centro que nos trasladó a otros pueblos de esta provincia en otra zona cercana.

Pero al margen de esto, y a nuestro juicio,  el pueblo no tiene mayor interés y pocas cosas en común con la arquitectura hurdana, así que regresamos. Y entonces recordé que después de dejar atrás Horcajo,  había olvidado ir hasta Las Erias, población que sí visitamos años atrás. Ya no regresaríamos así que rozando ya la hora de comer, nos dirigimos a Vega de Coria para pasar la noche, si encontrábamos un lugar apropiado.


Y sí, lo encontramos, junto al río, al final de una carretera paralela a él, en el extremo de una especie de merendero (40.383567, -6-182233). Y allí nos preparamos para recibir la noche, que ahora, con el cambio de hora, llegaba tarde.




La Horcajada. Marzo 2022.

En nuestro segundo día de regreso a este pasado, el jueves 31 de marzo, y en un día con nubarrones que amenazaban lluvia, pusimos rumbo a Rubiaco.  Allí aparcamos junto al centro médico (40.404071; -6.24214) en la única plaza que quedaba libre y tras cruzar la carretera dejándola  a nuestra derecha y preguntar por el camino que nos llevara al despoblado de La Horcajada, lo tomamos y allí nos dirigimos en una mañana muy nubosa y amenazante de lluvia.

Al parecer hay tres caminos por los que ir: el primero por la misma carretera que sube, que resultó ser más ancha de lo que yo creía, el segundo, por el que fuimos nosotros, por una pista forestal y luego nos hablaron de otro que al parecer era una senda que discurre al lado del arroyo aunque creímos entender  que había que saltarlo varias veces.


Nos decidimos por la pista forestal que tras un breve y fácil ascenso y después de llanear disfrutando de hermosos paisajes, nos dejó en este poblado. Esta pista se continúa por la carretera que a su vez regresa a Rubiaco trazando así una ruta circular.

La Horcajada , depositada al fondo de un pequeño valle, está habitado por dos familias, bueno, nos dijeron dos parejas ya mayores. Había obreros rehabilitando casas. Paseamos por una zona de viviendas derruidas donde solo quedaban prácticamente sus paredes de pizarras, y luego por una calle estrecha a la que se abrían pequeñas casas rehabilitadas.  Y siguen siendo muy muy pequeñas. Rehabilitar un espacio tan pequeño no merece la pena porque no se puede vivir cómodamente y supone hacer una gran inversión económica, así que dejar caer las casas y construir en otras zonas donde hay más terreno es mucho más factible. Es una tristeza, pero no puede ser de otra manera.

Pese a tener cierto encanto, no llega al que tiene El Moral, pero el camino es fácil, cómodo y relativamente corto.

Tras perdernos por esta única calle tomamos la carretera y descendimos por ella. Nos cruzamos con una señora que subía con bolsas y pensé que era la compra. Pero nos dijo que venía de su huerto y por si llovía, había recogido verduras. Nos comentó que el principal problema que tenían en la zona era que el hospital más cercano estaba a 100 km, en Plasencia, que  su marido tuvo un problema grave de pulmón y casi se muere por el camino. Vimos luego cerca de Nuñomoral un helipuerto.

Y es que estos lugares son muy poéticos y hermosos, pero vivir aquí requiere de mucha valentía o que tus raíces se hundan tanto que te hagan olvidar los inconvenientes a los que diariamente te enfrentas.

Ahora pusimos rumbo a El Gasco por lo que vuelvo a enlazar unas líneas más arriba y retroceder en el tiempo.

Y nuestro último destino en nuestro viaje de este año sería Riomalo de Arriba,  ascenderíamos hasta que la carretera se bifurca en dos, hacia Casares de Hurdes o hacia Salamanca y pondríamos rumbo hacia Vilar Formoso en Portugal. Lo que sigue ahora es una breve incursión por las Batuecas. Sería la tercera vez que caminamos por aquí pero como siempre, hacemos descubrimientos, así es que la continuación a este relato lo hago en el que hice de Las Batuecas en el año 2009. (http://angeles-batuecas.blogspot.com/

Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, Mayo 2022